viernes, 5 de febrero de 2016

Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?


   En el mundo espiritual andamos como hijos(as) abandonados(as), con un vacío existencial, como si el aire tuviera un peso enorme sobre nuestros hombros y caemos pesadamente al suelo, sin encontrar un lugar donde podamos descansar y nos de esa paz definitiva que necesitamos.

   Odios enormes contagian nuestro ser, como si la atmósfera estuviera contaminada de pecados ajenos, respirando un extraño mal que ingresa a nuestro interior, generando pensamientos fatalistas, con sombras imaginarias que rodean las fronteras de nuestro camino, ocultándonos el abismo cercano, al que podemos caer a nuestra fatal perdición.

   ¿Por qué me has abandonado?, es el cuestionamiento interno de nuestro ser que clama al Padre celestial, que como niños lo buscamos sin poder encontrarlo y gritamos con desesperación ¿Dónde estás Papá?, ¿Por qué te ocultas de mí? Y nos rendimos ante nuestro cansancio con la fatal pregunta ¿Por qué no me desapareces de este mundo?

   Estos cuestionamientos nos llevan a la tristeza y a la angustia que nos asfixian sintiendo una agonía que se convierte en un amargor permanente en nuestras vidas, como viviendo una desolación que va secando nuestro corazón, haciéndonos rígidos, torpes en el amor y sin ganas de vivir para los demás.

   ¿Cómo salgo de todo esto? es la pregunta que nos hacemos como última alternativa para dar solución a nuestra vida, como si estuviéramos buscando una puerta de salida, pero nos damos cuenta que esa puerta sea tal vez el mismo Dios Padre que nos invita a que miremos a su hijo Jesús, en ese Getsemaní bajo la luz de la luna y apoyándose en los olivos como testigos silenciosos de su clamor.

   Dios Hijo, nos enseña que Él también paso por toda esa pesada tristeza de muerte, cuyas lágrimas inundaron su interior en un mar amargo, pero ese mar amargo no pudo con Él, ya que Dios nos amó tanto que lo convirtió en un Mar de Misericordia Divina, diciéndonos que esta noche de tristeza pasará y mañana amaneceremos en consolación donde la paciencia y la esperanza nacerán en nuestro corazón, y le diremos por toda la eternidad: ¡Hágase tu voluntad, mi amado Dios! Amén.

Tema inspirado en las meditaciones del Padre Ignacio Larrañaga.
Oración frente al suicidio