jueves, 5 de abril de 2018

El Señor de la preciosísima Sangre


   Después de la Semana Santa, terminé extrañamente medio apático, no sé por qué, tal vez viví con poco fervor los cuatro días santos, a pesar de visitar las iglesias en jueves santo y escuchar atentamente el sermón de las tres horas el viernes santo para meditar las últimas siete palabras de Cristo a través de reflexiones de sacerdotes católicos, me pregunté ¿qué pasa conmigo, por qué me siento así?

   Tal vez era, porque mi corazón se llenó de mundanidad, algo que no te das cuenta pero por la rutina diaria que uno lleva en la vida, por ejemplo comer lo que a uno le apetece, ver televisión referente a programas de “reality show”, estar en un ocio constante de buscar cualquier información en Internet, o asistir a los últimos estrenos de películas, hace que uno enfríe el fervor religioso.

   Pero un día después de la semana santa sentí la necesidad de ir a la iglesia, no tenía ganas de escuchar misa y me dirigí a uno de los ambientes donde se encuentra el Justo Juez, ahí esperé y medite un poco sobre mí en vez de orar en ese momento, apenas terminó la misa algo empujó en mi interior a salir de aquel ambiente e ir a sentarme en una de las bancas del altar mayor para estar ante la presencia de Dios.

   Ahí, en medio del altar, vi al Sacerdote colocar el Santísimo Sacramento para su adoración eucarística donde un grupo de hermanas y hermanos comenzó a rezar los siete derramamientos y el Rosario de la preciosísima sangre de nuestro Señor Jesucristo de los cuales participé orando primera vez este tipo de oraciones, al final sentí una alegría interior como que había sido reconfortado gota a gota por la sangre preciosísima de nuestro Señor que ha aliviado la carga de este pobre pecador.

¡Oh preciosísima Sangre de Jesucristo, Sangre de Salvación! ¡Sálvanos a nosotros y al mundo entero!