domingo, 30 de septiembre de 2018

Para combatir la pereza


   A veces, cuando nos dirigimos a nuestro centro de trabajo, solemos tener dos actitudes: la primera es que queremos avanzar las tareas de manera rápida y la otra actitud, que le pasa a la mayoría de personas, es dejar las responsabilidades para mañana pensando que se resolverán por sí solas, pero sabemos que en la vida todo avance implica un sacrificio personal que debe darse tarde o temprano y “doña pereza” interrumpe nuestras labores generando una especie de sueño y desidia por hacer las cosas.

   Si la pereza gana en nuestras vidas, ocasiona que no hagamos nada de nuestro trabajo diario, evitando coordinar con las demás personas o enviando nuestros documentos pendientes al almacén del olvido, cuánto tiempo perdido se va acumulando en nuestras vidas, que tal vez en otras situaciones y si otras personas tuvieran el trabajo que tenemos lo aprovecharían de manera más productiva y eficiente, generando más réditos para su vida.

   Para combatir la pereza se hace a través de la virtud de la diligencia que es definida como el cuidado en la ejecución de una actividad que se hace con prontitud, agilidad y prisa;  despertando en nuestro interior ese esfuerzo necesario para terminar las tareas que han empezado, lo cual requiere responsabilidad y confiabilidad teniendo una visión u objetivo en la vida como lo menciona en la Biblia en Eclesiastés 9:10: “Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas”.

   Finalmente debemos actuar en nuestra vida de manera diligente, cediendo nuestra vida a Dios para que Él la utilice como le parezca, estableciendo un acuerdo con Él para que nos fortalezcamos en aprender y obedecerle, como lo explica Ezequiel 36:27-28: “Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra… y vosotros me seréis por pueblo, y yo seré a vosotros por Dios”. 

domingo, 9 de septiembre de 2018

¡Dame Plata!


   Había una familia que tenía los lujos de una clase alta, vivían invitando a sus amigos a grandes fiestas que se realizaban en su mansión, sus dos hijas también estaban acostumbradas a las riquezas y a tener todo lo que deseaban y no les preocupaba estudiar ni ser alguien en la vida, el Padre era un hombre honesto y trabajador que tenía un alto cargo en un país, mientras la esposa era toda una anfitriona de la casa que disponía de todo el presupuesto para solventar los gastos que generaba aquellas reuniones onerosas.

   Pero llegó el momento en que el Padre fue cesado de su cargo y por lo tanto los altos ingresos que tenían ya no se compararían a la modesta pensión que recibiría por el resto de su vida, es así que tuvo que vender la mansión porque los gastos de mantenimiento ya no podían ser cubiertos y menos realizar fiestas, tanto a la esposa como a las hijas les afectó esta nueva situación financiera, decidiendo que mejor se comprarían tres departamentos con el dinero de la venta de la mansión, un departamento para los esposos y los otros dos para cada una de sus hijas.

   Lamentablemente las hijas no tenían profesión ni tuvieron suerte en sus matrimonios por lo que tuvieron que vivir a expensas de la pensión del Padre que tampoco alcanzaba por lo que la Madre de ellas se prestaba dinero de sus amistades, las cuáles poco a poco comenzaron alejarse porque ella se acostumbró a pedirles dinero diciendo: ¡Dame plata!, la esposa le recriminaba a su esposo de no haber hecho fortuna como sus colegas que también fueron cesados, pero él le respondía: “Es que yo no he robado, he sido honesto en mi trabajo”; pero lamentablemente su esposa no entendía razones y pasó mucho tiempo con esa actitud hasta que el Padre, ya mayor de edad, murió de una enfermedad y su última palabra a su amigo más cercano fue: ¡Dame plata!

  Esta historia en lo personal me conmovió, pero me ayuda hacer las siguientes reflexiones: El dinero es un valor y tiene gran relevancia en la vida diaria, pero no debe llegar a ser el valor principal ni el único ni el mayor de todos, debemos evitar en cualquier modo hacernos esclavos del dinero, como dice la Sagrada Escritura “el apego al dinero de hecho es la raíz de todos los males” (1Tm 6,10) y “Donde está tu tesoro, ahí estará también tu corazón” (Mt 6,21) dado que todo esto hace servil al hombre, conduce a la idolatría del dinero y contribuye a la difusión del ateísmo “No podéis servir a Dios y al dinero” (Mt 6,24), por lo tanto el dinero es un medio, no es el fin de la vida del hombre y siempre debemos confiar en la Providencia divina.