En algunas Iglesias Católicas existe la veneración a la imagen del Cristo de la Justicia, el cual mucha gente va a solicitarle ayuda por alguna necesidad personal, también le rezan para que se haga justicia por alguna maldad que les han hecho o para enmendar alguna injusticia que han cometido, otras personas rezan por la liberación de presos inocentes entre otros, y lo más conmovedor es ver el sufrimiento de las madres que se arrodillan ante su imagen pidiéndole por los hijos que se encuentran en prisión.
Pero nadie piensa en el juicio particular que todos tendremos después de morir ante la presencia del mismo Justo Juez que nos dará la retribución inmediata por nuestras obras, sean buenas o malas, cuyo destino final puede ser diferente para unos y otros, como ir al cielo o al infierno, o primero tener una purificación antes de ir al cielo, como podemos comprobarlo en la parábola del pobre Lázaro y el rico Epulón (Lc. 16,22). Toda esta situación nos lleva a cuestionarnos ¿cuál será nuestro destino eterno? que viene a ser la consecuencia de todas las decisiones u omisiones que hicimos en vida.
Cabe precisar que el juicio particular no es un autojuicio, sino que teniendo frente a Dios uno toma conciencia de su propio pecado ante su presencia, es como mirarnos tal como Dios nos ve, esa dimensión espiritual donde veremos la situación de nuestra alma y que sería una gracia si se diera en vida para que nos enmendemos. A manera de ejemplo, el arrepentirse en vida sería similar como nos relata el cuento navideño de Charles Dickens donde Mr. Scrooge cambia su forma de ser en una navidad fría por la visita de tres espíritus que le muestran sus obras de las navidades del pasado y del presente, que si su comportamiento continúa igual tendría un final fatal.
Pero ¿qué podemos hacer para revertir esta situación? como nos dice San Juan de la Cruz: “Al atardecer de la vida, seremos examinados en el amor”; por lo tanto sabemos la pregunta que nos hará Dios en el juicio particular: ¿Cuánto amaste de manera incondicional? y le añadiríamos una pregunta más según lo que enseñó Jesús: ¿Cuán manso y humilde fuiste en vida?, estas interrogantes nos ayudarán hacer un examen de conciencia en cualquier momento de nuestra vida, y como en todo juicio busquemos un buen abogado que en este caso sería nuestra abogada la Virgen María, que como sus hijos(as) debemos ponernos siempre en el cruce de sus brazos y en el hueco de su manto.